miércoles, 30 de junio de 2010

CARTA SIN REMITENTE...


A media mañana me avisaron que todo había terminado. Mi frialdad ante lo increíble me hizo pensar en una sola frase: “aunque sea mamá llorará menos”.
Entré, y tu rostro estaba frio; tus ojos ya habían sido cerrados. No quería quedarme sola en aquella habitación de hospital, mi propia debilidad me lo impedía. No quise abrazarte, no quise llorarte. Apenas si podía voltear a mirarte en esa cama. Solamente opte por darte un beso sobre la frente, que aun tenia tu aroma tan peculiar. En aquel momento, mi alma se paralizó. Sentí que algo se quebró en mi pecho pero no demostré señal alguna; salí huyendo de ese lugar, como un animal asustado.
Aquel día, no me despedí y ahora, ya es tarde. No tengo donde ir a hablarte, ni donde llorarte. No hay un lugar que me indique que aun estas ahí. Tal vez no deseabas que tu frágil cuerpo esté junto a muchos otros extraños.
Es desgarrante saber que ya no puedo tenerte en cuerpo, pero tal vez sí en alma, ¿Pero quién me asegura que tu alma existe? Tal vez sea solo un invento mas, una mentira para darle esperanza a aquellas personas que ya no la tienen. ¿Y si la viera, que pasaría?, seria aun más doloroso tenerte frente a mí y no poder tocarte.

Muchos intentaban consolar lo inconsolable, haciendo referencia a que ésta es “la ley de la vida”. No entiendo como alguien dentro de su sano juicio puede decir algo así. ¿En qué se basa esa maldita ley de la vida? Si tu edad no era la suficiente y tu forma de partir no fue la más humana, ¿No era más justo irte mientras dormías?, ¿Por qué el camino tenía que ser el más largo y duro para todos?
Ahora te fuiste y, gracias a tu Dios, ya no sufrís. Pero nosotros aun estamos de este lado y, ese Dios del que tanto hablaste, ¿Dónde está?
Las pesadillas, por momento reales, vuelven para quitarme la poca alegría que me queda. Las internaciones, los meses de medicación intravenosa; tus gritos, tu llanto y el delirio, que termino por consumirte, están latentes, como si siete meses no fueran suficientes.
Le ruego a un Dios, del que poco creo, que me quite este vacío, por momento angustiante y por otros casi suicida. Parece que mi llanto a media noche no lo conmueve. O tal vez por mi poca fe y mi enojo, seguramente errado, ya no le valgo como cuando tenía un año.
¿No es suficiente con perderte?, ¿Tengo que seguir viéndome al espejo y ver que tengo tus rasgos en mi rostro?, ¿Tengo que ver tus manos en las mías y comer tu comida cuando mamá se inspira con la nostalgia?
A veces apostaría, que la cura del dolor no se mide a través de un reloj, si no por el grado de aquello que aun se extraña.