Empezó como una mañana cualquiera. El café estaba en la mesa, mi cuerpo un tanto adormecido y mi uniforme sobre la cama fría de metal. Todo olía normal, se sentía normal y se veía normal; aunque algo se percibía distinto pero no pude llegar a definir qué.
La habitación se encontraba en silencio, mi esposa y los chicos no estaban, raramente habían salido temprano. Mire por la ventana; el mundo de allí afuera se veía helado, por partes blanco y de fondo gris. La nieve cubría el pasto verde del jardín y no daba señales de calidez. No me atrevía a salir, no podía.
El escritorio me esperaba, como cada mañana, para seguir escribiendo mi eterna tesis. No sabía si la terminaría y mucho menos si podría entregarla.
Me senté en la precaria silla con la taza de café en mano, bebí un sorbo. Paso un instante y se hizo un vacio, como si el paso de un agujero negro hubiese borrado parte de ese momento.
Tome mi único libro pero mi cuerpo temblaba tanto que se me escapo de las manos, no entendía que sucedía. Mire a mi alrededor, algo había pasado.
Mis ojos se enceguecieron y un repentino mareo me hizo terminar en el suelo junto a mi texto. Intente levantarme pero no pude, estaba atónito. El libro estaba abierto en la pagina 66. El reloj marcaba las seis y seis minutos. El televisor estaba en el canal seis y era el sexto día del sexto mes. El silencio envolvió el lugar. El cielo se volvió incandescente. El aire frio, ahora quemaba. Duró solo unos segundos hasta que todo oscureció.