jueves, 7 de octubre de 2010

"EL GOLPE..."


Un pequeño golpe en la ventana del comedor, un susurro casi imperceptible. Su miedo y el de ella. El Terrorismo de Estado y la decisión de abrir la puerta. Un pequeño golpe en la ventana del
Era sábado por la noche, del 8 de octubre de 1977, será imposible olvidar aquella fecha. Llovía desde hacía varios días, y las calles de tierra que rodeaban la casa, más que calles parecían ríos de barro. En ese entonces, Cristina, tenía más o menos unos quince años, hoy tiene 48. Vivía con sus padres y su hermana menor, bebé por esos tiempos, en una casa precaria en la calle Bolonia 826, en el partido de Banfield, muy cerca de camino negro y del riachuelo donde ella jugaba con sus primos; una zona bastante descampada y humilde. El país estaba un tanto ajetreado. Por ese entonces, gobernaba Videla a la cabeza de la junta militar y se referían a la época como “el Proceso”.
Esa noche, Marga, la mamá de Cristina, estaba atendiendo a su hija menor, de tan solo meses mientras la mayor escuchaba las historias de su papá sobre sus primeros años en Buenos Aires; Segundo, siempre se perdía en detalles cuando aparecía en sus recuerdos cómo casi presencia la muerte de Rucci; ya las sabía de memoria, pero la pequeña nunca se cansaba, amaba sus relatos. Si bien el ambiente era ameno, había algo que no dejaba de molestar a Cristina. Su papá interrumpió la oratoria con un mordisco de queso y dulce que se le había antojado, y aprovechando la pausa, la joven preguntó inocentemente: -¿Por qué ya no vamos a la casa de la abuela a jugar a las cartas?- Segundo se quedo mudo. Su rostro reflejaba un gesto de angustia, estaba desorientado, no sabía si mentir o decir la verdad. . Hacía meses que no iban y su hija mayor no podía entender el porqué de ese cambio repentino.
-Desde que tengo memoria, cada sábado por la tarde, las mujeres de la familia se juntaban en la casa de mi abuela paterna, a cocinar para la noche. Nunca faltaban las empanadas santiagueñas de mamá y las tortas fritas a media noche de alguna tía para acompañar el mate. Mientras los adultos jugaban al truco en la mesa enorme de madera, los más chicos nos quedábamos debajo para escuchar las historias que el abuelo contaba entre mano y mano- recuerda hoy Cristina con un aire melancólico.
Segundo se tomó un instante para encontrar una respuesta, y le contesto a su hija, con una frase sencilla: “la calle esta peligrosa de noche”. Según su padre no se permitían muchas cosas y prefería cuidarlos a tomar riesgos innecesarios. Cristina no comprendió mucho en ese entonces, pero si su papá lo decía, para ella era más que suficiente.
La noche del sábado se convirtió en madrugada del domingo. La lluvia se volvía menos intermitente y cada vez más abundante. De repente, a Cristina, le pareció escuchar un golpe en la puerta de alambre del jardín, pero no dijo nada, -seguramente era algún perro asustado por la tormenta o el mismo viento- pensó la muchacha. Pasaron algunos minutos hasta que su papá se sobre saltó, estaban golpeando la ventana del comedor.
-Mamá nos tomo a mi hermana y a mí para escondernos en la habitación, cuando escuchamos una voz, delicada pero temerosa, que decía: “No se asuste, soy una mujer… ayúdeme!”- se hace una pausa en el relato de Cristina; tal vez la sensación de aquel momento, aún, es insuperable.
Su papá no quería saber nada con arriesgarse a mirar y muchos menos a abrir la puerta, pero su esposa le exigía que abriera para ver que sucedía.
El silencio se apoderó de ellos. Luego de unos segundos pensaron que ya no había nadie, pero volvieron a escuchar:-“Señor, señora, por favor, ayúdeme! me tenían secuestrada y me acabo de escapar”. Cuando Segundo escuchó eso, tuvo más motivos para no abrirle a esa mujer, no quería meterse en problemas por un desconocido. Marga no aguanto más; le dio a la bebé en brazos a Cristina, empujo a su marido que estaba delante de la puerta y le abrió. La pobre mujer, de voz suave, se le tiro encima y soltó un llanto desgarrador.
Ella se llamaba Rosalía. Era hija de intelectuales que no estaban conformes con las nuevas condiciones de gobierno del país. Jamás habían militado pero igualmente estaban marcados. Rosalía estaba comprometida con un honorable policía, un joven que tuvo que dejar la Fuerza para no formar parte de todo lo oscuro de aquella época. Vivían en la clandestinidad, tenían miedo de ser “chupados”.
La pobre mujer, -fina y de rasgos delicados- recuerda Cristina, fue secuestrada cuando salía de una biblioteca, a un par de cuadras de su casa. Había ido a espaldas de su padre y su novio, no soportaba el encierro y haber tenido que dejar sus estudios simplemente por miedos, que según ella eran infundados. La llevaron a una casa cercana a la de la familia de Cristina, que estaba muy próxima a un descampado, por el cual se había escapado. La muchacha le pidió a la familia que llamara a su padre pero las líneas telefónicas habían dejado de funcionar hacia horas, por la tormenta que movía los cables de un lado al otro.
Segundo estaba muy nervioso, no quería saber demasiado ni tener a esa chica mucho tiempo en su casa, temía que la estén buscando. Por eso tomó coraje y decidió ir hasta la casa de un vecino para realizar el llamado. Rosalía anotó un número de teléfono que solo su familia sabia, era únicamente para emergencias y no podía ser intervenido. El papá de Cristina lo tomó y salió en medio de la lluvia.
-Solamente quedamos las mujeres en casa. La mujer estaba tan empapada por la lluvia que sus lágrimas se confundían con el agua de su cuerpo. Mamá intento calmarla y, sin hondar en detalles, darle esperanzas de que podrá olvidar lo que sea que haya pasado en cautiverio. También le dio una toalla y ropa seca para que se deshaga de todo lo que llevaba puesto- cuenta Cristina.
Pasaron treinta minutos, una y hasta dos horas, y el hombre de la casa no volvía. Marga comenzaba a creer que le había pasado algo, era imposible que tardara dos horas en caminar tres cuadras de ida, hacer un llamado y volver. Transcurrieron un par de minutos más, cuando escucharon el motor de un auto. Miraron por la ventana con una opresión en el pecho. Bajaron dos hombres de un automóvil negro pero, por la oscuridad de la noche, no pudieron divisar sus rostros. El temor se hizo aun mayor. Abrieron el portón, cruzaron el jardín e intentaron abrir la puerta del comedor, pero no lo lograron, estaba trabada por dentro. Lo intentaron nuevamente al susurro de: “ma’, soy yo, abrime”, era la voz de Segundo.
Se hace una pausa, la mirada de Cristina se inunda de lágrimas y un nudo se centra en su garganta, pero igualmente continúa con su relato: - Mamá suspiró, seguramente de alivio. Y al abrir la puerta, papá le dijo a Rosalía con una sonrisa en el rostro: “te están buscando… dice ser tu novio”. Y efectivamente lo era, el emotivo abrazo entre sollozos del reencuentro fue suficiente para comprobarlo.



(Crónica histórica)